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Vivimos en una sociedad rápida, intranquila y que por norma general, ama el consumismo y la inmediatez. Vivimos rodeados de placeres que se sacian de forma aplastante con estímulos que encontramos en nuestro entorno más cercano.
¿Pero cómo aprende la infancia?
Es un aprendizaje rápido e inmediato o vamos acumulando momentos de los que nace esa enseñanza de vida?
En nuestra escuela amamos esto último, nos gusta parar en medio de toda esta vorágine y centrarnos en lo que aparentemente no se ve; en aquello que no solo está en la superficie sino que radica en cada detalle y en cada emoción.
Tal y como defiende la pedagogía del caracol o escuela slow, nos gusta dotar a los niños y niñas de las habilidades necesarias para que conquisten su propio tiempo, sin prisa y valorando aquello que les motiva y hace felices.
Un claro ejemplo donde se ve todo esto reflejado es el trabajo en el huerto escolar. Tuve la suerte de crecer en una familia donde se me enseñó el amor a la tierra, a valorarla y cuidarla. También al agua, fuente de alimento y un bien que hay que tratar con respeto y conciencia social. Pero sobre todo aprendí que el trabajo en el huerto no es inmediato. Trabajas la tierra, siembras y luego todo consiste en el cariño, el cuidado y la paciencia.
En nuestros niños y niñas vemos reflejado todo esto. De forma transversal vamos ofreciendo todos estos conceptos, mediante recursos como cuentos y canciones, pero también en la comunicación diaria y espontánea que surge en cualquier momento y contexto.
Conocen la cocina y los alimentos que ya compramos a nuestros proveedores, y también les enseñamos la tierra vacía y sin aparentemente nada que ofrecernos.
Ellos y ellas son quienes empiezan a tocar y mover la tierra, colaboran en la mezcla de diferentes tipos de sustratos con y sin alimento, pero siempre de procedencia ecológica, sin productos químicos. Después decidimos, en base al calendario de siembra, (y con la participación de las familias) qué alimentos podíamos plantar para asegurarnos algo de cosecha y reflexionamos de forma abierta y sincera sobre lo que es ahora una semilla y con el tiempo se convertirá en alimento para que lo podamos consumir; pero que para ello hay que regarlo ,vigilarlo todos los días, regalarle bonitas palabras y protegerlo, teniendo cuidado de los elementos externos que lo pueden dañar.
El momento de la siembra es especial, les gusta introducir las manitas en la tierra y meter ‘algo’ tan pequeñito y después volver a cubrirlo. Les encanta colaborar, pero lo hacen con esmero y prudencia, saben que tienen entre manos algo muy sensible.
Una vez tenemos los tomates, lechugas, coliflores, fresas, zanahorias, puerros y ajos plantados, reflexionamos sobre la importancia del agua, igual que a nosotros nos calma la sed, el huerto se nutre de ella, y hay que mantenerlo siempre hidratado.
Cada día de riego es un momento de felicidad, todos y todas quieren coger la manguera, se explican entre ellos y ellas, que hay que regar despacio , sin demasiada presión, se van dando las mismas indicaciones que nos han oído a personas adultas. Otros días se sientan en los momentos de juego al aire libre a observar el proceso, les escuchamos interactuar comentando qué plantita está más grande y cuál todavía necesita más tiempo.
Todo esto que, a simple vista, puede parecer algo simple pero conlleva, de forma intrínseca, infinidad de aprendizajes; como: la noción del tiempo, algo muy abstracto y difícil de adquirir en la infancia, que así se percibe como espera para descubrir los cambios en el proceso de crecimiento El respeto y cuidado de elementos naturales y bienes tan preciados como son la tierra y el agua. Los límites y autorregulación de saber cuándo si y cuando no podemos tocar y manipular un mismo espacio. También la coordinación óculo manual, la motricidad fina, la diferenciación y clasificación de distintas frutas y verduras, las características físicas de la materia como el color, peso, forma, textura… y el valor a la alimentación saludable y de proximidad.
Como imaginaréis el momento en que surgen estos frutos es un momento de fiesta, de ir a mirarlo con cuidado de no arrancarlo por la emoción. Cogemos nuestras cestas y recolectamos todo aquello por lo que hemos trabajado y esperado tanto tiempo; lo olemos, lo tocamos con cuidado y se lo llevamos en “comandilla” a Tere, nuestra cocinera. Ese mismo día, después de higienizarlo, lo probamos en nuestro menú.
Recuerdo las primeras lechugas que recogimos, Tere nos hizo una rica ensalada con tomate y huevo duro y las criaturas vieron sus lechugas en el plato y empezaron de forma espontánea a aplaudir. Incluso los niños o niñas que no les gustaba, la probaron y comieron un poco, ya que era SU lechuga y la habían visto crecer poco a poco. También la probó el alumnado que se van a casa en un “túper”, y les contaron a sus familias como había llegado hasta allí esa lechuga; trabajando, de este modo, la capacidad de memorización y comunicación intencionada. Y así con cada alimento que hemos ido recolectando.
Es importante que, además de atender lo que SI ha crecido y evolucionado, reflexionar cuando han visto que algo no lo ha hecho; ya que esto les ha hecho pensar qué ha podido ocurrir, a lo mejor necesitaba más agua, o ha tenido mucho sol directo, etc. Eso también ha hecho que tratemos con más mimo todo lo demás.
En el proyecto de nuestro huerto ecológico, además de nuestro equipo educativo, han colaborado las familias; un grupo de personas que han querido participar en la elección de las siembras, en la plantación y en el cuidado del mismo, construyendo además Comunidad Educativa, y a las que volvemos a agradecer desde aquí su energía para cada experiencia que requiere de su participación.
Este trabajo es un reflejo de cómo concebimos la educación. Como un proceso pausado pero emocionante, un proceso que nos hace parar, valorar y cuidar lo que tenemos a nuestro alcance y a entender que todo el mundo no tiene la suerte de tenerlo de forma tan sencilla. Este trabajo es una carrera de fondo en la que llegar a la meta no es el objetivo, sino que lo es el proceso, la observación de los bichitos en las hojas, las conversaciones que se generan, las dudas que surgen y la resolución de posibles conflictos que, en todo este trayecto, pueden ir surgiendo.
El huerto así como la educación es pausada, va despacio y necesita TIEMPO. Así es más enriquecedora, emocionante y nos da la oportunidad de pensar y valorar lo que de verdad importa. Poco a poco, así es como nos nutrimos de las vivencias que nos van formando como seres humanos con unos valores y habilidades con las que afrontar la vida con otra perspectiva.
MARIA MASIA FERNANDEZ
Coordinadora de la Escuela Infantil Municipal NINOS de Chiva
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